En el libro El inventor del peronismo: Raúl Apold, el cerebro oculto que cambió la política argentina,
 biografía del secretario de Comunicación de Perón en los años 40 y 50, 
su autora, Silvia Mercado, narra el encuentro en 2008 entre Néstor 
Kirchner y uno de los pocos testigos de aquella época. Antes de la nueva
 Ley de Medios, Kirchner preguntó:
—Te mandé llamar porque vos conociste a Apold. Para vos, ¿qué hizo?
—Puso todo el aparato del Estado para comprar los medios y llevó a 
los mejores periodistas, artistas, fotógrafos, dibujantes y directores 
de cine a trabajar para el gobierno. Nunca se invirtió tanta plata en 
los medios ni en la cultura. Ni antes, ni después.
—¿Y para qué sirvió todo eso? A Perón le dieron un golpe igual.
—Le dieron el golpe porque ya estaba cansado y tenía ganas de irse. 
Pero el peronismo todavía existe. Es lo único que existe.     
—¿Qué querés decir? No te entiendo.
—Que la mayor inversión de Perón para la posteridad no fueron los 
sindicatos, ni las obras públicas, sino el peronismo, construido  por 
Apold y el aparato de propaganda del Estado, una genialidad.
—¿Vos decís el relato del peronismo?
—Digo el peronismo. ¿El relato? No lo había pensado, aunque sí: el peronismo como relato.
—Decime más.
—El gran aporte de Apold fue convencerlo a Perón de que respaldase al
 cine y sus artistas. Eso lo hizo antes de que ganasen las elecciones. 
Ahí se ganó su confianza para siempre. La Secretaría de Trabajo 
intervino directamente en la solución de problemas muy concretos de la 
industria cinematográfica. Les consiguió créditos, pero también efectivo
 contante y sonante. Intervino en forma personal en la disputa contra 
los exhibidores, que de hecho jugaban a favor de Hollywood. Toda la 
gente del cine empezó a mirar a Perón con mucha atención. Lo sentían 
como un padre protector, el único que realmente se interesaba para 
lograr que el cine argentino no perdiera frente a la competencia de 
Estados Unidos y México.
—¿Y el segundo gran aporte?
—Fue otra gran idea. Que tenía que comprar los diarios que estaban en
 problemas financieros, primero, y después generarles dificultades a los
 que andaban bien económicamente.
Más adelante, continúa la autora: “Sin Apold, los únicos 
privilegiados no serían los niños, ni Evita la abanderada de los 
humildes, ni el amor entre Juan y Eva hubiera llegado hasta nuestros 
días (...) el 17 de  octubre no sería una bisagra en la historia, un 
antes y un después definitivo, escindido por completo del golpe militar 
del 4 de junio de 1943 y de la lucha de los trabajadores desde que 
empezaron a organizarse, en los finales del siglo XIX”. Tampoco 
existirían “los símbolos como el Escudo Peronista o la Marcha 
Peronista”, ni recordaríamos  “que  Perón cumple y Evita dignifica”, 
todo gracias a una “cobertura de sucesos gubernamentales que jamás haya 
existido en la Argentina a cargo de los directores de cine, guionistas, 
actores, técnicos y reporteros gráficos de mayor capacidad profesional y
 mejor pagos”.
Silvia Mercado fue la encargada de prensa del Premio Nobel Pérez 
Esquivel y cuenta en su libro que se hizo peronista durante la 
dictadura. Su condición de “no gorila” no le impide quedar perpleja y 
preocupada frente a “esa dificultad del peronismo real por compartir el 
poder con otros actores institucionales –la prensa, la Justicia, las 
organizaciones de la comunidad, o cualquiera–, esa vocación por el poder
 total y permanente” y reproduce al comienzo de su libro una cita de 
Rodolfo Walsh en Operación masacre: “Sé perfectamente, sin embargo, que 
bajo el peronismo no habría podido publicar un libro como éste, ni los 
artículos periodísticos que lo precedieron, ni siquiera intentar la 
investigación de crímenes policiales que también existieron entonces... 
La mayoría de los periodistas y escritores llegamos en la última década a
 considerar al peronismo como un enemigo personal y con sobrada razón”.
La misma perplejidad y preocupación tienen los dirigentes uruguayos 
sin distinción ideológica, los de los partidos políticos más 
tradicionales ubicados del centro a la derecha y los del Frente Amplio, 
que ocupa el centro hacia la izquierda. Lo que tan bien ha sintetizado 
la palabra plena (que generalmente sólo es posible en lapsus) de Pepe 
Mujica, el presidente más campechano de todos.
El “esta vieja es peor que el tuerto” tiene la fuerza de un eslogan 
que seguramente acompañará como un karma a Cristina Kirchner, desde 
ahora “la terca”. Las palabras de Mujica producen un efecto casi tan 
devastador como la inundación en La Plata con su ¿centenar? de muertos, 
que en pocas horas dejó muy herida electoralmente a su principal 
candidata para el recambio legislativo de octubre próximo, su cuñada 
Alicia Kirchner, y emocionalmente a su madre, Ofelia Wilhelm, quien se 
salvó de la inundación en La Plata pero no de las críticas de sus 
vecinos, y por primera vez tuvo que irse a la residencia de Olivos, pese
 a la desmentida oficial (ver página 8).
¿Alcanzará el relato de los Apold de este ciclo peronista para que el
 kirchnerismo sea inhundible? Silvia Mercado escribió: “En la figura de 
Apold se condensaba la persistente vocación del peronismo por dominar 
todo el escenario, imponiendo una voz única y catalogando a los que no 
pensaban exactamente igual, simplemente, como enemigos”. ¿Le alcanzará 
en el siglo XXI con la “persistente vocación”, o el agua, “la vieja 
(terca) y el tuerto” oxidarán el relato?
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