El secuestro lo habrian producido policias, por la metodologia de ponerle una bolsa en la cabeza para asfixiarlo y por el uso de esposas "Alcatraz"
Por Gastón Rodríguez | tiempo.infonews.com
El policía Nelson Villagrán llora porque está vivo. Siente vergüenza
ante las hijas y la mujer que intentan serenarlo, pero Villagrán,
desconsolado, Después, cuando la garganta se libera del nudo, al fin lo dice.
–Yo esperaba el tiro.
El agente del cuerpo de montada de Santiago del Estero estuvo
secuestrado seis días. Durante el cautiverio, que él atribuye a sus denuncias
contra la misma fuerza que integra, Villagrán fue torturado con la mecánica del
submarino seco: una bolsa que envuelve la cabeza, quitando todo el aire.
También sufrió palizas y violencia psicológica, con amenazas discrecionales a
su familia, que lo desmoronaron hasta el trauma. Padeció sed y hambre antes de
ser arrojado al monte en plena noche desde un vehículo.
“Todavía no puedo creer que esté vivo –sentencia–. Yo estaba con los
ojos vendados, esperando que me pegaran el tiro cuando escuché que arrancó el
motor. Entonces salí corriendo y no sé donde me caí, pero me quede ahí, tirado
sobre el pasto casi sin moverme, pensando en mis hijas, en mi mamá, en mis
hermanos, en todos.”
El martes 22 de enero, alrededor de las 19:30, Villagrán, de 36 años y
padre de dos nenas de diez y seis, fue rodeado por al menos tres hombres al
llegar a la casa de un primo, sobre la calle Juana Manuela Gorriti al 100, en
La Banda. Lo bajaron de mala manera de su moto Honda Strong negra y lo subieron
a lo que él describe como camioneta del tipo Trafic. Mientras le tapaban la
cabeza con un buzo le repetían que se tranquilizara porque ellos sólo querían
hablar. Pero los captores de Villagrán no cumplieron su palabra.
“Pasó un tiempo hasta que me bajaron de la camioneta y me llevaron a un
lugar que no pude ver. Ahí comenzaron a preguntarme quien me pagaba, mientras
me pegaban cachetazos. Después, me pusieron una bolsa en la cabeza y fue
desesperante. No podía respirar, me dolía la cabeza, quería vomitar pero no
podía. En un momento deseé que me mataran porque el sufrimiento era mucho”,
admite el hombre, antes de volver a quebrarse.
Hasta que no se lo contaron, Villagrán no supo cuantos días pasó así. Si
reconoce que sufrió varios desmayos, que dormía como podía en el piso y que
jamás le dieron de comer. Lo último que hicieron con él antes de subirlo de
nuevo a un vehículo fue ponerlo de rodillas y echarle agua fría con una
manguera. Aunque Villagrán intuía que era para borrar las huellas de una
inminente ejecución, fue un alivio para su sed.
El lunes 28, a casi una semana de no saber nada de su hijo, María Celia
Taboada encabezó el reclamo que marchó desde el Puente Carretero hasta la Plaza
Libertad. Esa tarde, el ministro de gobierno, José Emilio Neder, y el Jefe de
Policía, Marcelo Pato, recibieron a la madre y a los demás familiares de
Villagrán y se comprometieron aun más en la búsqueda.
Alrededor de las 23:20, un llamado telefónico de una vecina alertó que
el policía desaparecido se encontraba con vida en un cruce de la Ruta 1 con
Castelli. Villagrán fue trasladado al hospital de La Banda, donde permaneció en
observación hasta el martes. Ese día también declaró ante el juez de la segunda
nominación Marcelo Bernasconi.
–¿Quiénes le hicieron esto?
–La única cara que vi, y que no reconocí, fue la de uno los tipos que me
“levantaron” en lo de mi primo porque después siempre tuve la cabeza tapada,
pero por la forma de actuar pienso que fueron policías, porque sé que dentro de
la fuerza hay gente que se dedica a eso. No quiero generalizar, pero esa
era una de las razones por las que iba a renunciar.
CASTIGO. El último 3 de octubre, el agente de montada Villagrán viajó a Buenos
Aires para denunciar en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la
Nación irregularidades en la policía de Santiago del Estero y amenazas contra
él y su familia. Villagrán había tenido meses atrás la mala idea de movilizar a
sus compañeros en el reclamo de mejores condiciones de trabajo.
”Cobrábamos sueldos básicos de 875 pesos pero igual nos maltrataban
y humillaban y encima cuando asesinaron a un compañero nuestro durante un
operativo ni siquiera ayudaron a la familia a pagar el funeral. Entonces empecé
a contactarme con policías de Tucumán que después de un acuartelamiento habían
logrado mejoras y reivindicaciones, pero de inmediato empezó el hostigamiento.
Recibía llamadas anónimas a cualquier hora y hasta me amenazaron con iniciarme
una causa por drogas”, repasa Villagrán.
Todo empeoró cuando los propios compañeros dejaron de tratarlo por orden
de los superiores. Villagrán pidió una licencia por dos meses para aliviar su
situación pero cuando quiso extenderla se la negaron. Al volver lo notificaron
del traslado a Pampa de los Guanacos, a más de 400 kilómetros de su casa y
antiguo trabajo. La única opción que le quedaba era la carpeta médica.
“Pusieron que yo –se queja– tenía problemas psicológicos y entonces me
quitaron el arma reglamentaria, pero lo único que le había explicado al médico
policial era que no podía dormir bien por el estrés y la angustia que sentía.
De esa forma tenían la coartada perfecta para desacreditarme. Por ejemplo, mi
familia me contó que los policías en vez de buscarme les decían que yo andaba
deambulando por ahí porque estoy loco o porque tenía una amante. Eso son
mentiras. Después van a decir que me auto lesioné o que me secuestré solo”.
Mientras el paradero de Villagrán era un misterio, los diarios más
importantes de la provincia recogieron las versiones echadas a rodar por las
autoridades policiales y sugirieron que la desaparición se debió a razones de
índole personal, mencionando que el policía se encontraba “bajo tratamiento
psicológico”.
–Yo sabía que no podía volver más así que esperé que me dieran el
alta para renunciar y contar todo lo que sabía, pero la carpeta médica se
terminó el 8 de diciembre y desde entonces nadie me llamó para, aunque sea,
preguntarme por qué no me presentaba a trabajar”.
–¿Y qué es lo que usted sabe?
–Yo tengo materiales comprometedores que prueban la corrupción de la
policía de Santiago. Todo lo que vi me llevó a perder el entusiasmo que tenía
cuando entré a la fuerza. Descubrí que la policía no está para servir a la
comunidad y por eso me arrepiento de ser uno de ellos.
–¿Cómo se sigue después de esto?
–Mi vida ya está destruida porque yo sé cómo trabajan ellos. Cuando
hacen algo así no dejan cabos sueltos.
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