Vos podés gobernar con el rebenque y la chequera, pero cuando la chequera se te acaba con el rebenque ya no asustás a nadie.
La
frase es de un gobernador peronista que, como todos, lleva años
sufriendo los rigores del estilo kirchnerista: empezó con Néstor y sigue
con Cristina.
Como todos, sabe elegir los elogios adecuados y
poner su mejor sonrisa profesional cuando las cámaras lo enfocan cerca
de la Presidenta. Pero en sus palabras hay casi una expresión de deseos:
que se acabe la chequera de la Casa Rosada, así dejan de apretarlo un
poco. Y esas palabras suyas, y otras, transmiten además una impresión
que se empieza a extender: la chequera, si bien no se acaba, está bastante más raquítica que en cualquier otro momento.
¿Acaso
se cocina a fuego lento una rebelión en la granja de Cristina? Nada de
eso, por ahora. La política está llena de lo que Daniel Scioli llama “los guapos del off the record”
. Todos cuidan el pellejo. Pero por eso mismo a nadie le interesa estar
subido a un tren que manejan otros y que los pueda llevar a poner en
riesgo el poder propio.
Conviene entonces prestar atención a la multiplicación de señales de descontento
que emiten los gobernadores, jefes territoriales a los que el poder de
los Kirchner no logró eliminar ni sustituir, aunque los disciplinó bajo
el efecto amedrentador del rebenque y la chequera. Esas señales de
descontento tienen directa relación con la restricción de fondos del
Gobierno nacional. Ese dinero decisivo para el funcionamiento de las
provincias, según un mecanismo que alentó la Casa Rosada como factor de control.
Nadie
lo sufre tanto como Scioli, que hizo los deberes económicos y políticos
que le reclamó Cristina, pero al que no le giraron el dinero para pagar
aguinaldos porque se atrevió a sincerar su pretensión presidencial y se
sacó aquella foto con Hugo Moyano y dejó saber que se había reunido con
Roberto Lavagna. Para el poder cristinista, todas evidencias de una conspiración de herejes que no merecen otra suerte que la hoguera.
El
castigo con pretensión ejemplarizadora que le están aplicando a Scioli
tiene, por extensión, el efecto de mostrar a todos qué destino espera a
los que se animen a sacar los pies del plato. Esa es la línea de tensión
que define la relación entre gobernadores oficialistas y Gobierno
nacional en este tiempo donde los recursos de la caja son menos
generosos.
Un dato ayuda a entender el contexto: de las 23 provincias, sólo 4 ó 5 se salvan hoy de tener sus cuentas en rojo .
Con
todo, las muestras de preocupación de los gobernadores son sinuosas,
indirectas, elusivas. La cuestión es evitar el rebencazo de la Casa
Rosada.
El sanjuanino José Luis Gioja es audaz: se animó a decir
que no es tiempo de salir a cazar brujas cuando la perrada le empezó a
clavar los colmillos a Scioli.
El tucumano José Alperovich fue y
vino: desmintió en público, con notoria exageración y énfasis barroco,
haber elogiado a Scioli delante de los intendentes de su provincia.
El
santiagueño Gerardo Zamora, ejemplar exitoso de los extinguidos
radicales K y fiel al Gobierno hasta el extremo, ya comentó preocupado
con dos colegas vecinos que la sequía de fondos nacionales le está
golpeando feo la gestión.
El misionero Mauri Closs, en corrillo
de gobernadores, confesó hace poco que se levanta cada día pensando qué
decirle a sus votantes para disimular que se está quedando sin plata
para hacer obras.
El ultra-cristinista entrerriano Sergio
Urribarri le está pagando desdoblado a sus empleados y se la aguanta
callado. El santacruceño Daniel Peralta perdió hace rato el favor de
Cristina y de Máximo y soporta un duro invierno a la intemperie.
El
jujeño Eduardo Fellner y el formoseño Gildo Insfrán muestran cada vez
un poco más de fastidio al hablar con sus compañeros de ruta, cuando
coinciden por convocatorias oficiales en la Capital.
Uno que
siempre se mantuvo distante, el cordobés José Manuel De la Sota, se
aseguró no depender del flujo de dinero nacional para tener su provincia
con los sueldos al día. Pero recortó obras públicas, ordenó hacer otras
en cámara lenta para que la plata se estire y salió a buscar
financiamiento al mercado.
De la Sota avisó que no le va a
regalar a Cristina la lista de diputados en 2013 y que el peronismo
cordobés irá con candidatos propios. No es una declaración de guerra,
pero un poco se le parece. Hasta entonces, De la Sota va a salir a
caminar las provincias “para visitar a los amigos” .
Otro
que anda escrutando el clima político para ver si puede largarse al
escenario grande es el salteño Juan Manuel Urtubey, que también siente
que su retaguardia en la provincia está segura.
Pero todos ellos, inevitablemente, tienen el espejo de Scioli para mirarse .
Al
gobernador bonaerense los cristinistas le rodearon el rancho y se lo
están cascoteando duro y parejo. Quizás haya faltado previsión de Scioli
y su equipo para anticiparse a esta situación, quizás el gobernador haya confiado demasiado en su suerte , para evitar la incomodidad de llegar hasta este punto de ahogo.
Quizás no ponderó que Cristina está dispuesta a disolverlo al costo que sea , incluso sin reparar en que el malestar social y político en la provincia de Buenos Aires es muy difícil de encapsular y puede terminar generando un fuerte efecto corrosivo sobre ella y su gobierno.
Scioli
y sus funcionarios saben que la falta de asistencia financiera les
pronostica un segundo semestre de pesadilla. Pero aún así insisten en
mostrarse “muy suaves” – como ellos mismos definen– en la
reacción frente a la presión sostenida que soportan. Dicen que no les
importa ganar la discusión pública sino salir de la asfixia. Y admiten,
con pesadumbre, que “tener la razón no garantiza resolver los problemas, la única garantía es tener poder” . Es una reflexión acertada, aunque parece algo tardía.
El
poder sigue estando en la dosis intensiva de chequera y rebenque que
aplica Cristina. Pero los cheques, cuando llegan, hoy ya tienen menos
ceros que antes. Nada es para siempre.
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