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lunes, 20 de mayo de 2013

Motivos y secretos de la última confesión de Videla

Aceptó ser entrevistado luego de que se frustrara su anhelo de ver derrotada a Cristina en las elecciones. Pero se negó a dar el nombre de los empresarios que lo alentaron.

durante tantos años y aceptó la serie de entrevistas que derivaron en el libro Disposición final porque llegó a la conclusión de que a su edad ya no tenía sentido negar los reportajes que le pidieran.
Como la mayoría de los militares presos por violaciones a los derechos humanos, había apostado a la derrota de Cristina Kirchner en las elecciones de 2011, pero ya en las primarias de agosto de aquel año comprendió que se trataba de un sueño imposible. Sabía que tenía pocos años de vida y quiso sacarse un “peso en el alma”: contar parte de lo que sabía sobre los desaparecidos.

Una frase resume bien esta actitud: “Ojo, no estoy arrepentido de nada, duermo muy tranquilo todas las noches; tengo sí un peso en el alma, pero no estoy arrepentido ni ese peso me saca el sueño, aunque me gustaría hacer una contribución para asumir mi responsabilidad de una manera tal que sirva para que la sociedad entienda lo que pasó y para aliviar la situación de militares que tenían menos graduación que yo”.
Y asumió su responsabilidad por los miles de argentinos muertos y desaparecidos dado que era el vértice del formidable poder que los militares habían construido mientras se deterioraban el gobierno peronista y el sistema de partidos políticos. Con algunos reparos. Por ejemplo, no quiso dar los nombres de los empresarios que tanto lo habían instado a la represión ilegal y que luego “se lavaron los manos”. “No hay nombres”, me respondió varias veces.

Pero cuando Videla se decidió a hablar, los periodistas, en general, ya no estaban interesados en él. Muchos habían perdido la esperanza de que los recibiera dado que no lo había hecho en todos esos años. Otros pensaban que sólo había que entrevistar a los personajes políticamente correctos, a aquellos que, según el Gobierno y las organizaciones de derechos humanos, merecían ser interrogados.
No lo conocía cuando le pedí la entrevista, el sábado 8 de octubre de 2011; había terminado el horario de visitas en el penal de Campo de Mayo y me retiraba tras haber entrevistado a dos militares que habían estado en Córdoba antes de la dictadura para un libro que estaba preparando. Lo vi despidiendo a su mujer, Raquel Hartridge, y me acerqué. Para mi sorpresa, aceptó pero me dijo que prefería un miércoles y no un sábado porque era el día reservado para las visitas de su familia.

No lo consultó con sus abogados, que siempre se mostraron reacios a esas entrevistas porque creían que no era el momento político apropiado para hacer declaraciones. Videla no evitó ninguna de mis preguntas y repreguntas y  tuvo bastante paciencia en sus respuestas porque aproveché la serie de entrevistas que al final me concedió para insistir en temas en los que evidentemente no quería profundizar.
Por ejemplo, en la información sobre el destino de los desaparecidos. En especial, de algunos: me había preparado una listita de nombres, de los cuales sólo obtuve respuesta en el caso de Mario Roberto Santucho, el jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo. Había un caso que me interesaba particularmente, y lamento no haber contribuido a aliviar el dolor de una madre a quien admiro mucho.

En este sentido, en la primera de las entrevistas que le hice, el 26 de octubre de 2011, me dijo que, junto con otros ex jefes militares, estaba pensando en elaborar un documento con la información que tuvieran. Pero en marzo de 2012 afirmó que eso no sería posible porque algunos de sus camaradas se oponían y otros habían muerto: “No hay listas con el destino final de los desaparecidos. Podría haber listas, pero desprolijas. Habrá casos en que sí hay respuestas, pero no en todos, por lo cual es preferible nada para no sembrar desconfianza a partir de contradicciones”.El resto de los presos lo trataba por su grado perdido: “general”, y él se comportaba como uno más. Por ejemplo, decían que servía la mesa o lavaba los platos cuando le tocaba. Hacía vida de preso y parecía dedicarle bastante tiempo a la gimnasia, la lectura y la religión.

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