Es cierto que muchos militantes de la Unión Cívica Radical dispararon para el lado que soplaba el viento y buscaron refugio bajo las alas de Gerardo Zamora. Pero también es verdad que quedaron algunos “sueltos” porque no aceptaron que un gobierno que dice provenir de las filas de su partido, estuvieran tan sospechados de haber cometido actos de corrupción.
La mayoría de estos radicales “sueltos”, pretenden ser además, “químicamente puros” y por eso, en las últimas elecciones no se acercaron al partido ni echaron una cuarta a su interventor, José Zavalía, para ver cómo podían arrimar algunos votos.
A muchos de ellos se les ofreció un micrófono en los actos. Dentro de sus escasas posibilidades, el partido les ofrecía una tarima y la gente, lo único que hubieran tenido que hacer es treparse, dar la cara y convencer a la ciudadanía de las razones por las que había que votar por los candidatos radicales.
Muchos de estos radicales no tienen una coincidencia plena con la acción que despliega Zavalía, pero aborrecen lo que está haciendo el zamorismo encaramado en el poder. Ni aún así se acercaron al partido: escudados en razones filosóficas que dicen que son “profundas” y en diferencias de criterio que juzgan “irreconciliables”, se quedaron en sus casas, viendo por la caravana de camionetas lujosas pasear por la ciudad o despotricaron en el café contra unos y otros.
Hubo algunos radicales de vieja cepa a quienes el gobierno tentó con dinero o prebendas pero, como tenían vergüenza de jugar contra su partido en la capital, se fueron a La Banda, a convencer a viejos cascarudos de que debían votar por el candidato peronista Mario Vaulet. Fueron los peores porque no dudaron en vender sus ideas y su trayectoria de toda la vida por un plato de lentejas.
Lo cierto es que unos y otros hicieron el juego de los enemigos de su partido. Los que trabajaron por un candidato que si pudiera los hubiera escupido, tienen la excusa de que lo hicieron por un interés, porque necesitaban dinero o el carguito para ellos o sus esposas.
Los que se quedaron en la casa, quizás puedan decir que se mantuvieron firmes en sus ideales, pero siempre existirá la sospecha de que no les ofrecieron lo suficiente. O que les pagaron justamente para que miraran el partido desde la tribuna.
Triste papel el de los traidores de su propia conciencia.
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