Pese a las insistentes desmentidas del jefe de gabinete Aníbal Fernández -que bien pueden ser interpretadas como confirmaciones-, seguirían adelante las reuniones reservadas entre el núcleo impulsor de la reforma constitucional. Esta cruzada por la eternidad de Cristina en el poder ya estaría produciendo algunos borradores, que combinarían esquemas de la V República de Francia con el parlamentarismo de la República Federal Alemana. Los principales redactores del proyecto en preparación serían Eugenio Zaffaroni y Amado Boudou.
En otras palabras, el cristinismo pensaría en un régimen parlamentario a la alemana, o sea, con reelección indefinida para el presidente, aunque también podría inclinarse por el régimen francés. Es decir, un primer mandatario con mucho poder, pero sin reelección, por lo cual sólo se permiten dos períodos de siete años. La versión criolla consistiría en mandatos de cuatro años con reelección indefinida, como ya establecen las sabias constituciones de Santa Cruz y la Rioja.
La obsesión del cristinismo
La actual amistad entre Zaffaroni y Boudou se dio gracias a los oficios del abogado penalista de ambos, Jacobo Grossman, un ex secuestrador extorsivo que pagó su delito con la sociedad y ahora tiene un prominente estudio jurídico que emplea a unos cuantos abogados. Se trata del mismo buffet que antes compartía con Zaffaroni. Cuando éste asumió en la Corte Suprema, Grossman se quedó con el estudio y con el supremo como cliente personal. Asimismo Boudou, que tiene varias denuncias penales por su gestión como ministro de economía, recurrió a Grossman para que lo defienda, ya que éste, en los últimos años, ha ganado varias causas importantes.
Este proyecto de reforma, que está guardado bajo siete llaves, es una especie de traje a medida para CFK, que aspira a convertirse en la Konrad Adenauer criolla. Éste fue reelegido varias veces en la posguerra alemana. A todo esto, Boudou soñaría con convertirse en un primer ministro al estilo de Georges Pompidou, la mano derecha de Charles de Gaulle y su sucesor en la presidencia después de la abdicación de aquél luego de su derrota en el plebiscito de 1968.
Nuestra carta magna exige los dos tercios del total de los miembros de las dos cámaras del Congreso para declarar la necesidad de la reforma constitucional. Se trata de un número prácticamente imposible de obtener. Sin embargo, las voces más audaces y desprejuiciadas del cristinismo propondrían soluciones extremas, por no decir inconstitucionales. Por ejemplo, que se vote por la reforma con dos tercios de los presentes. Un escándalo que, en un clima de euforia oficialista y depresión opositora, no sería para descartar. El apoyo de un numeroso grupo de legisladores borocoteados le daría sustento a la maniobra, que tal vez requiera de la intervención de la Corte Suprema de Justicia. Allí operaría con firmeza el locador de las trabajadoras sexuales y máximo ideólogo de la reforma, que es, desde ahora, la obsesión fatal del cristinismo.
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