En una reunión privada que tuvo lugar la semana pasada, el Juez Federal platense Manuel Blanco sostuvo que las maniobras de fraude en las primarias tuvieron una enorme escala y que su juzgado constató que no hubo boletas de Ricardo Alfonsín en 2700 mesas y de Alberto Rodríguez Saá en 4800, entre otros ejemplos.
Sin embargo, el presidente de la Corte Suprema se ocupó de aclarar que sólo se trataría de errores corregibles en el escrutinio definitivo, pero sin mayor gravitación. Por su parte, Francisco de Narváez se bajó de las denuncias por fraude para pasar a mencionar sólo la palabra irregularidades, diferenciándose así del duhaldismo, que encabeza las denuncias. La discusión semántica entre los dos términos no parece aclarar mucho. ¿Las irregularidades en gran escala no deben entenderse como un fraude? La realidad es que el mazazo recibido el 14 de agosto todavía le impide a la oposición coordinar sus reflejos. Además de impulsar la improbable sanción para octubre de una ley que establezca la boleta única, Duhalde y Alfonsín podrían instalar la sospecha de que la elección del 23 de octubre puede quedar deslegitimada si hay una megaoperación de fraude. Sin embargo, los presidenciables opositores dudan. Ni siquiera están seguros de contar con una efectiva estructura de fiscalización, que tendría un costo multimillonario. Es que los riesgos son considerables. Si la oposición jugara fuerte con sus denuncias y luego el gobierno triunfara impecablemente con un margen enorme, el efecto para aquélla sería catastrófico. De un modo u otro, el derrotismo se abre paso y todos buscan caminos para su supervivencia política. Alfonsín va transformando su candidatura en un trabajo de apoyo para que su partido retenga la mayor cantidad posible de bancas nacionales y provinciales. Por su parte, De Narváez concentra su esfuerzo en provincializar su campaña y ya no le importaría demasiado la suerte de su candidato a senador nacional, Pepe Scioli, ni la de su lista de diputados nacionales. En este sálvese quien pueda, el más acorralado es Eduardo Duhalde, que enfrenta el riesgo de dispersión de sus seguidores.
Justamente, el crecimiento de Hermes Binner se alimenta de la escasa iniciativa del Frente Popular y la UDESO. Paralelamente, los presidenciables opositores parecen haberse quedado sin libreto. Pese a las advertencias acerca de un oscuro futuro para la economía argentina -por ejemplo realizadas por el ex premio Nobel Joseph Stiglitz- la dirigencia opositora casi no hace críticas a la economía, tal vez convencida de que el electorado no quiere escuchar malas noticias. Y ni que hablar de los múltiples escándalos de corrupción. Sergio Schoklender y Hebe de Bonafini, por ejemplo, parecen excluidos de las agendas electorales, excepto para Elisa Carrió que fue, precisamente, la más castigada en las urnas.
Nuevas alternativas
Para el gobierno todo es, en cambio, más sencillo, porque a CFK le conviene mantener la situación más o menos congelada al 14 de agosto. Con vistas a la plena legitimidad de su próximo triunfo, al gobierno le convendría, sin duda, que el 23 de octubre tanto el comicio como el recuento de votos sea cristalino. Pero así podría ocurrir que, en realidad, el resultado final sea inferior en varios puntos al 50,7 de las primarias. Entonces podría leerse esto como la confirmación de que hubo fraude en las primarias o bien que entre agosto y octubre Cristina perdió una gran cantidad de votos. Ninguna de las dos cosas dejaría de impactar en la cuota de poder del kirchnerismo para su tercer capítulo. Pero existe también otra posibilidad: que el actual declive de Alfonsín y Duhalde se profundice aún más y que no pocos votantes del PRO opten finalmente por votar a la presidente. Entonces el FpV podría superar su resultado de las primarias y ella reasumiría el 10 de diciembre con superpoderes y ante una oposición en quiebra y también, probablemente, con crisis interna.
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