Eduardo Duhalde es el responsable de que Néstor Kirchner haya llegado al poder. Y lo hizo por una decisión reprochable: vengarse de Carlos Menem. Por eso es que muchos peronistas, por un lado, le niegan a Duhalde el liderazgo que él reclama. Y, a la vez, le exigen que ajuste cuentas con Kirchner quien, además, luego ignoró a Duhalde y lo condenó a una jubilación que éste procura interrumpir.
Pero ¿tiene volumen suficiente Duhalde para enfrentarse a Kirchner? ¿Se encuentra él dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias? ¿Tiene pólvora de verdad o lo suyo es solamente cebita o, lo peor, se le ha humedecido la pólvora? La riña entre ambos peronistas mereció una reflexión de parte de alguien que ha navegado en los charcos peronistas.
Busca, tantea, dispara balines, toca el timbre y huye finalmente. Desde la tribuna se regocija Eduardo Duhalde con Néstor Kirchner cada siete o diez días. Lo afeita, lastima y provoca persiguiendo quizás una respuesta particular y agresiva que nunca llega. Reclama –en apariencia– una sádica mortificación. No logra el delivery del retorno.
El otro a su vez, anota, pero calla. Extraño ese pasivo proceder en quien replica sin que lo citen, que se sulfura ante la menor suspicacia o es capaz de descubrir movimientos submarinos en su contra en la compacta densidad del Riachuelo. Sin embargo, al ring con Duhalde, no sube. Por ahora. Lo evita para no otorgarle protagonismo o debido a que lo devalúa como un rival sin estatura.
Al menos, en relación con él. Excusas vanas que ocultan otro objetivo político: no enredarse en conflictos partidarios, escaparles a las personalizaciones, privilegiar en cambio el ilimitado e innominado universo del enemigo común a través de una recurrente catilinaria que se dedica sólo a una genérica oposición, al “monopolio” no precisamente anónimo, a los periodistas y a sus familias en su totalidad, a los sectores de la alta burguesía con mínimo acceso a la alfombra roja.
Falta en ese amenazante raid oral de Kirchner, sin nombres ni apellidos –aunque cada uno se hace cargo de la individualidad atacada–, que en cualquier momento le atribuya a la sinarquía la culpabilidad por los desgraciados momentos que atraviesan los hogares argentinos.
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