El lunes, horas después de que se conocieran los resultados del triunfo de Mauricio Macri, en la Casa Rosada los efectos de la ira de Cristina no se hicieron esperar. La presidente llamó a Parrilli y ordenó un castigo ejemplarizador, cuyo blanco fue la Secretaría de Comunicaciones de la Presidencia de la Nación.
“Decile a Abal Medina que él es tan responsable como su gente, que los saque inmediatamente de mi vista”. El castigo fue el exilio físico, disponiéndose el inmediato traslado de Abal Medina y su staff al edificio de Diagonal Roca 710. Como dato accesorio, digamos que en el mencionado edificio -contiguo al PAMI- todavía hay libres dos pisos, en espera de nuevos deportados.
En la simbología del poder, el nivel de cercanía con el despacho presidencial es uno de los indicadores más efectivos del nivel de influencia que tiene cada funcionario. Por ejemplo, a fines del año pasado, la caída en desgracia de Aníbal Fernández quedó certificada cuando la presidente ordenó clausurar la puerta que comunicaba su despacho con el despacho presidencial.
La estrategia para el ballotage
El castigo a Abal Medina, sin duda el funcionario que durante los últimos meses más había prosperado en el entorno presidencial, tiene una clara explicación. La mesa chica del cristinismo, desde el año pasado, les distribuyó áreas geográficas a sus principales operadores. La coordinación en Buenos Aires está a cargo de Florencio Randazzo, Aníbal Fernández y Jorge Landau. En el interior, predomina, en cambio, la experiencia de Juan Carlos Mazzón y su equipo. Por último, Abal Medina tomó un papel preponderante en Capital y habría sido uno de los principales sostenedores de que el mejor candidato era Daniel Filmus -el más posicionado en las encuestas-, cuestionando, además, al preferido por Cristina, Amado Boudou. Ya ungido Filmus, Abal Medina le habría entregado a CFK encuestas que le daban aquél casi 10 puntos más de los que obtuvo.
Como siempre después de las derrotas, y más todavía en un entorno presidencial donde predomina el temor a caer en desgracia, la necesidad de castigos y purgas responde a que la jefa jamás puede equivocarse, ni siquiera cuando se equivoca.
De cara a la segunda vuelta porteña del 31 de julio, la estrategia K se concentraría en un solo objetivo: llegar lo más cerca posible de los 40 puntos. Esto no evitaría la derrota, porque Mauricio Macri superaría el 55%. Pero la presidente podría enarbolar un argumento a su favor, sosteniendo que ya contaría, por lo menos en Capital, con el porcentual necesario para evitar el ballotage, siempre y cuando ningún candidato opositor alcance el 30%. Para el gobierno ha pasado a ser un objetivo esencial que no se instale en la opinión pública la verosimilitud de la segunda vuelta.
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