A muchos economistas se les hace cuesta arriba argumentar que el gobierno kirchnerista fracasó clamorosamente en materia económica.
Después de todo, en vez de una hiperinflación, un pánico bancario, una larga recesión o un default de la deuda, bajo este gobierno el país ha experimentado una larga recuperación económica. En sus informes sobre la muerte de Néstor Kirchner, la CNN llegó a definir al ex-presidente como “el artífice de la recuperación argentina”. Pocos encuentran una manera clara y convincente de explicar que dicha recuperación era inevitable, a menos que se cruzara en el camino otro De la Rúa. Tuvo dos causas: el rebote de la depresión de 1998-2002 y la prolongada e histórica suba del precio de los productos de exportación de Argentina y de América latina.
El fracaso de la gestión de Kirchner estriba en la caída vertical de la inversión externa directa (IED). Por la política de dólar alto y congelamiento de tarifas de servicios públicos, por la hostilidad ideológica hacia los bancos y la actividad financiera, por las operaciones encubiertas tendientes a que los amigos del poder se quedaran con los paquetes accionarios de las grandes empresas privatizadas, por la congénita desconfianza hacia la libre iniciativa, por la estatización de las AFJP, por el bloqueo de las exportaciones de carne y trigo o por alguna otra razón que se me escapa, lo cierto es que Kirchner actuó en forma sistemática como un espantapájaros de la inversión extranjera. Y también de la inversión nacional. ¿Acaso el tan mentado superávit de la cuenta corriente no se debe a la fuga de capitales? Salvo períodos muy cortos, Argentina registra una persistente fuga de capitales desde 2001. En lugar de contenerla, Kirchner la fomentó. El cuadro que sigue muestra la llegada de IED a los principales países de América latina en el primer semestre de este año. Está hecho con datos de la CEPAL, un organismo de la Naciones Unidas:
Argentina, que en la primera década de 1990, durante el proceso de privatización y desregulación económica, competía con México y Brasil en la captación de inversión externa directa, recibió en la primera mitad de 2010 apenas 1/4 de las inversiones que llegaron a Chile, 1/2 de las que fueron a Colombia y poco más de la mitad de las que fueron a Perú. Es difícil encontrar una respuesta a este llamativo fenómeno que no sea el factor K.
Pero uno no quiere que el país atraiga inversión externa por una cuestión ornamental o de status internacional. Lo quiere porque implica capitalización, mayor productividad laboral y mayores salarios. En otras palabras, un mayor PBI per cápita. Cuando se comparan las relaciones entre el PBI argentino y los PBI de países vecinos a fines de la década de 1990 y en 2009, dan ganas de llorar.
Hace poco más de diez años, el PBI argentino era 20 veces el uruguayo, 4 veces el chileno, 40% del brasileño y 1% del mundial. En 2009, el PBI argentino fue 10 veces el uruguayo, 2 veces el chileno, 20% del brasileño y 0.5% del mundial. (Datos sin corrección por paridad de poder adquisitivo; FactBook de la CIA.) Es fácil inferir las consecuencias militares y diplomáticas de esta abrupta pérdida de poder económico relativo. No conozco un mejor resumen de todos los fracasos económicos del kirchnerismo.
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