El miércoles por la noche, dos o tres prebendarios y/o dirigentes de la CGT organizaron el Día de la Militancia. Fue pretexto para exaltar las figuras de “Pichón” Neder y de Gerardo Zamora; uno que quiere ser gobernador y el otro que busca perpetuarse en el sillón de Juan Felipe Ibarra.
En el palco apareció una escena surrealista; por la mezcla sin igual: radicales que odian a Perón, Evita, a Carlos Juárez y hasta a Cristina Fernández, y cegetistas que adhirieron a los 13 paros contra el gobierno de Ricardo Alfonsín, y a su caída. Una verdadera farsa con la que buscaban hacernos creer que son apóstoles de la militancia y, en consecuencia, nunca traicionaron sus ideales o banderas.
La verdad, son todos oportunistas sin ley que despilfarraron una vez más los dineros públicos para hacer política con prácticas del subdesarrollo. ¡Cómo van a festejar el Día de la Militancia comprando voluntades y acarreando a la pobre gente de los barrios de Capital, Banda y de otras ciudades del interior! La verdad, muchachos, lo de ustedes es un circo. Encima no renuevan absolutamente nada; repiten hasta la parafernalia del juarismo.
Con una grosería final. “Largaron” la marcha “Los Muchachos Peronistas” con Zamora en el estrado; que no sabe la letra y no tiene ningún interés (ni obligación) de cantarla. Al menos Carlos “El Chueco” Corbalán, en los actos en los que invite a éste gobernador, lo despedía formalmente y recién se cantaba el “himno peronista”.
En la mente nos viene los recuerdos de los abuelos y los padres que nos dejaron el ejemplo. No se doblegaron. Tampoco bajaron sus banderas ni se alquilaron a los milicos ni a los radicales y conservadores amigos y socios de los golpistas que derrocaron al gobierno popular y nacional de Juan Domingo Perón.
Al contrario, a partir de aquél 16 de septiembre de 1955, esos viejos comenzaron a escribir la encantadora historia de la resistencia y de la militancia. Se reunían a escondidas en las fábricas, en las oficinas, en los colegios y en la biblioteca o la sociedad vecinal del barrio y, a diario, proclamaban a viva voz el infaltable “Viva Perón”, que les costaba el despido de sus trabajos y hasta la cárcel. Les ofrecían dinero o cargos a cambio de “olvidarse de Perón”. No se vendieron. Insistieron y transmitieron a sus hijos y nietos la mística del movimiento popular (el más lúcido de América latina) que fundaron Perón y Evita; la entrañable “Jefa Espiritual de la Nación”.
Fueron 18 años feroces con el líder exiliado, el cuerpo de Evita escondido y sepultado clandestinamente en un cementerio europeo, con el PJ proscripto y con la persecución a los leales.
La fiesta era grande y la disfrutaban los militares y los politicos radicales y conservadores que aupaban a sus jefes de las Fuerzas Armadas a “borrar para siempre al peronismo”. Casi dos décadas de escarnio por defender ideales políticos y mantenerse leales al líder y conductor, hasta que llegó el 17 de noviembre de 1972 y la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse se tuvo que bancar las mayores manifestaciones de la historia argentina. Fue la “juventud maravillosa” de Perón (integrada por trabajadores, estudiantes secundarios y universitarios), la que transformó en histórica a la jornada. A partir de ello se impuso el 17 de noviembre para homenajear a los abuelos, padres y jóvenes que resistieron 18 años (desde el movimiento peronista), como el Día de la Militancia.
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