Contrariamente a lo que muchos erróneamente esperaban, no fue el Fondo Monetario Internacional el encargado de recordar a los argentinos que las estadísticas que difunde el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) poco tienen que ver con la realidad. La misión del FMI se limitó a realizar la tarea para la cual fue contratada: reunir antecedentes para proponer una metodología para un nuevo índice de precios al consumidor en el orden nacional que, en el mejor de los casos, estará disponible entre 2012 y 2013.
El recuerdo vino de la mano del estallido que tuvo como epicentro a Villa Soldati. Si la realidad en materia de inflación, pobreza e indigencia fuera la que difunde el Indec, esa estampida no hubiera tenido lugar.
Cuando una periodista se esforzaba por encontrar culpables, indagando a una de las personas que ocupaban el predio acerca de quienes las habían inducido a hacerlo, la respuesta surgió clara y cristalina: "Cuando se dispararon los precios en los supermercados y nos quedamos sin plata para pagar los alquileres, no nos quedó otra". La gran conspiradora no fue otra que la inflación que este año se ubica por encima del 25%, pero que en el caso de los alimentos supera el 35 por ciento, según datos privados.
Al subestimar el alza de precios, el Indec automáticamente subestima los niveles de pobreza e indigencia. Mientras para el organismo oficial ésta se ubica en apenas el 12% de la población, una estimación de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) indica que en realidad alcanza al 22%. Un cálculo alternativo, realizado sobre la base de los datos de la Anses sobre la población alcanzada por la asignación universal por hijo permite llegar a una cifra similar.
Gobernar un país sin estadísticas confiables es como manejar un avión desconectando los instrumentos de vuelo. Los hechos recientes son una clara advertencia: las estadísticas pueden manipularse; la realidad, no.
O se toma conciencia de la verdadera realidad, o ésta se nos hará presente cuando ya sea demasiado tarde.
Ocultar las cifras de la inflación puede ser un buen ejercicio de propaganda, pero no deja de perforar los bolsillos de la población, especialmente de los que menos tienen. Recordemos que cada 1% de inflación arroja 150.000 personas por debajo de la línea de pobreza.
La picardía de pagar la deuda pública comprando dólares con emisión monetaria implica un profundo proceso de redistribución de ingresos de los más afectados por el impuesto inflacionario -los pobres- hacia los acreedores. Crecen las reservas del Banco Central a la par que crece la pobreza en el país. Y esto, después de siete años de crecer a tasas chinas.
El resultado: un cuarto de la población vive en situación de pobreza. Son más de 10 millones de habitantes. Demasiados. Y están empezando a hacerse notar.
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