Joaquín Morales Solá
"El Senado es ya un cuerpo sin vocación, sin fuerza y sin alma." La senadora que dice esa frase, con los gestos y el tono del desaliento, ha pertenecido al oficialismo y a la oposición en los últimos años. Sabe de qué está hablando. Otro senador peronista que milita ahora en el antikirchnerismo agrega: "El Gobierno no acepta la negociación ni la derrota en el Senado. ¿Qué otra cosa puede hacer que no sea usar la derecha y la izquierda para cooptar senadores?"
La alarma volvió a encenderse ayer cuando la oposición descubrió que no tendrá quórum hoy para tratar el 82 por ciento móvil para los jubilados. La senadora Roxana Latorre le hizo dos favores al Gobierno con un solo acto: le dio su voto en contra de esa medida, pero también fue la primera no kirchnerista en alistarse con el oficialismo. La primera deserción es la más difícil. La tarea de los que la seguirán será más simple.
Pocas horas después, el senador radical Emilio Rached, el hombre que empujo el empate en el Senado por la resolución 125 que terminó con el desempate de Julio Cobos, le dijo públicamente al periodista Luis Majul que alguien le propuso pedir lo que quisiera en aquellos días finales de la batalla perdida por el gobierno con el campo. Si el santiagueño Rached hubiera votado entonces como se lo pedía su gobernador, el neorradical kirchnerista Gerardo Zamora, el gobierno habría logrado aprobar la resolución de las retenciones.
Entre senadores opositores u oficialistas de bajo perfil es generalizada la sospecha, y la certeza en algunos casos, de que existe un sistema permanente de dádivas y prebendas en la Cámara alta. Las más claras excepciones son los senadores, también oficialista u opositores, de alto conocimiento público. La actitud contemporizadora de los líderes más conocidos del Senado ya provocó turbulentas reuniones internas en el bloque del radicalismo. "Hay algunos que llevan siete años negociando con el kirchnerismo y se han acostumbrado a ese ejercicio que siempre termina en nada", dijo uno de los díscolos.
Varios senadores recordaron una anécdota que explica muchas cosas. La senadora Hilda González de Duhalde vapuleó hace poco de la peor manera, delante de otros senadores, a un senador de Tierra del Fuego que prometía que votaría contra los intereses del Gobierno. "Vos no estás limpio y sos muy vulnerable. Terminarás haciendo lo que el gobierno quiera", le asestó la senadora, sin vueltas. La reunión se paralizó. Algunos creyeron que el senador fueguino comenzaría a los gritos o se retiraría. No hizo nada. Se quedó mudo. Terminó, en efecto, haciendo lo que el Gobierno quería.
Cuando en abril pasado el quórum era todavía una meta que no habían alcanzado ni el Gobierno ni la oposición, un senador cordobés recibió la visita de un viejo dirigente radical de su provincia. "No hay que pelearse con nadie. Se pueden hacer muchas cosas, como ausentarse, votar a favor del Gobierno o no ir a las reuniones de comisiones. Se pueden aceptar cosas a cambio de esos favores", le deslizó el oportuno visitante. "¿Qué ofrecen?", lo tentó el senador. "Todo. No hay límites para eso", le respondió el extraño interlocutor. El senador lo despachó con un no rotundo, pero quedó con la sensación de que la práctica era muy corriente en el Senado.
"La Banelco era más moral", se despacha aquella senadora que vibró con el oficialismo y con la oposición. ¿Por qué? "Ahora hay senadores que tienen empresas de obras públicas bajo el nombre de sociedad anónimas. El Gobierno sabe quiénes son y sabe quiénes deben ganar las licitaciones", cuenta. "Aquí hay abuso de posición dominante", lanza esa senadora visiblemente abatida. ¿Cuál es la posición dominante? "El poder, el dinero y el miedo", describe. ¿Miedo a qué? "Las provincias pobres viven del empleo público y de los subsidios. Quien maneja los subsidios maneja también gran parte de la provincia. Ningún gobernador quiere que desembarque en su provincia Milagro Sala y su violenta organización Tupac Amaru. El gobierno amenaza siempre a los gobernadores con la llegada de ella", relata.
Un párrafo aparte merecen los senadores que son esposas o hermanos de los gobernadores actuales; aquellos no tienen margen ni siquiera para asistir a una negociación. "Han entregado su conciencia. Son simples vicarios? o sicarios", subraya con ironía la senadora afligida.
Un caso llamativo
El caso Latorre es el más llamativo de todos. La senadora se escudó siempre en razones de conciencia para votar o para actuar a favor del Gobierno. Le sería imposible, sin embargo, responder las preguntas más elementales: ¿Por qué aceptó el liderazgo de Carlos Reutemann cuando necesitó renovar su mandato y cuando ya Reutemann se había alejado definitivamente del gobierno? ¿Por qué Latorre lo abandonó a Reutemann inmediatamente después de las elecciones, antes incluso de asumir su nuevo mandato de senadora? Latorre nunca hubiera sido dos veces senadora sin el decisivo respaldo de Reutemann en Santa Fe.
Latorre no sólo tuvo problemas con Reutemann. Adolfo Rodríguez Saá le pidió ya que abandonara el bloque del peronismo disidente. Con el argumento de la soledad como castigo, Latorre va y viene con su voto, con su presencia o con su ausencia.
El Gobierno, en efecto, detesta la derrota y la negociación. "No quiere otro fracaso en el Senado. Secuestra senadores, los invita a viajes, presiona a gobernadores e intendentes o les pone una valija en las manos." El senador peronista que hace esa pintura de la situación interna de la Cámara alta es, además, uno de los políticos más conocidos del país, que pidió reserva de su nombre. "El gobierno no va a perder ninguna votación en el Senado", se resigna.
¿Por qué muchos senadores expectantes, incluidos opositores, prefieren condicionar las denuncias, restarles importancia o limitarlas sólo a cuestiones institucionales? El primer argumento es que deben preservar la posibilidad de tender puentes entre el oficialismo y la oposición. Resulta, no obstante, que el Gobierno está empecinado en cortar todos los puentes.
La segunda razón es la necesidad de resguardar la imagen institucional del Senado. "Gastamos muchas energías en bajarle las polleras a una señorita que quiere subírselas todos los días", concluye un senador con el humor típico de las provincias. El humor sólo hace diáfano el más grave conflicto institucional de una República inexplicable.
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