El poder necesita controlar a los periodistas como si fueran soldados, por eso desde casa de gobierno se premia a muchos de ellos y los convierte en mediadores de sus falacias, en servidumbre, en soplones, en contrabandistas de letras.
La información, o mejor, la desinformación, es un narcótico eficaz que frena el instinto de rebelarse, lo pisotea llenándolo de contenidos vacíos de realidad. En nuestros pesebres "medios oficialistas locales "abundan palabras masticadas, elaboradas en laboratorios propagandísticos"jefatura de gabinete" para que alimenten a la sociedad santiagueña de ellas y las digieran dándolas por ciertas.
Porque un pueblo desinformado es un pueblo manipulado. Un pueblo esclavo. La desinformación es otra más de las estrategias de la bestia para convertirnos en gente que no se queja, en gente razonablemente contenta que se conforma con la miseria que le dejan.
Son millones los ejemplos. Atentados diseñados por los amos y atribuidos a sus enemigos, masacres silenciadas, mentiras electorales, y así un largo etcétera donde el periodista, o más bien, el cronista del poder de turno, utiliza su profesión para servir en bandeja la cabeza cortada de la sociedad.
Por eso es tan importante proteger a todo aquel que se dedica honradamente a este oficio, a todo aquel que se arriesga a dar información veraz, a todo aquel que ayuda con su palabra a desenmascarar a los que se amparan en la política para hacer de la comunidad una inmensa propiedad privada.
Por eso digo, es vital mantenerse firme en el desprecio hacia estos escribidores al dictado, es vital escuchar la verdad limpia de bala y paja.
Es vital escuchar esa verdad y hacer oídos sordos a los que tapan con sus embustes el crimen organizado del gobierno zamorista.
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